Una historia verdadera
El arte de la amistad

Pablo Picasso y Eugenio Arias
El genio y su peluquero

Eugenio Arias y Pablo Picasso se conocieron en Vallauris cuando la Sr. Ramie, taller donde Picasso hacía sus cerámicas, le dijo que su peluquero ere un español afincando en Vallauris. Picasso fue a cortarse el pelo y desde ese momento ya nadie más lo hizo. Picasso creía que, en su pelo, a modo de Sansón, residía su fuerza. Desde ese momento se fraguo una amistad donde Picasso encontró en Arias un amigo cabal con el que compartir la nostalgia de España, la afinidad ideológica y una pasión compartida por los toros.

Eugenio Arias Herranz nació en 1909 en Buitrago del Lozoya. Allí fue a la escuela hasta los 9 años y trabajó como peluquero hasta la Guerra Civil Española. Su interés por la cultura y pese a no contar con estudios reglados le hizo instalar una biblioteca en su peluquería. Al finalizar esta se exilió a Francia y, tras las dificultades vividas en los campos de concentración y en el maquis, pudo por fin afincarse con la que será su mujer en la ciudad de Vallauris (Costa Azul) hacia el año 1946, donde instaló su peluquería.

Por aquellas fechas, Picasso había fijado también su residencia en Vallauris, en la villa La Galloise, con su esposa Françoise Gilot (la madre de Claude y Paloma).

Picasso comenzó a acudir en 1948 a la barbería de Eugenio Arias, donde disfrutaba de la conversación con el barbero, exiliado comunista como él. El pintor, fiel a las amistades antiguas, hizo partícipe a Arias de su círculo artístico e íntimo de amigos, de los cuales también se conservan recuerdos en el museo: Jacqueline Roque, Françoise Gilot, Jean Cocteau, David Douglas Duncan, Edouard Pignon, Hélène Parmelin o André Villers son algunos de los ejemplos.

Conversaban de política y asistían a las corridas de toros, conversaban sobre España y Arias le recitaba poesía española. Pero la relación entre ambos era más amplia y compleja: el barbero se encargaba de las relaciones humanas del artista con el mundo exterior durante los años que vivió en Vallauris. Desde su peluquería, Arias recibía a las personas que llegaban a esta localidad con el propósito de visitar al pintor. Ahuyentaba a los curiosos y procuraba conceder entrevistas con el pintor a artistas, toreros, cantaores o españoles que trabajaban en Francia y deseaban conocer a su genial compatriota.

Picasso, siempre atento a los problemas de sus compatriotas —«era como un balón de oxígeno para nosotros», dirá Arias—, procuraba entablar conocimiento con ellos, y fue así como comenzó esta amistad que duraría hasta la desaparición del artista.

La colección, cedida por Eugenio Arias a la Diputación de Madrid en 1982, fue trasladada desde Francia a España tras el largo exilio del «barbero de Picasso», como le solía llamar el artista. La única condición que puso fue que dicha colección se instalara en Buitrago del Lozoya, para responder así a su deseo de crear un museo monográfico en su pueblo natal.

De este modo, el 5 de marzo de 1985, y con la asistencia del entonces presidente de la Comunidad de Madrid, Joaquín Leguina, el alcalde de Buitrago del Lozoya y Eugenio Arias con su esposa, se inaugura uno de los 68 museos que hay repartidos por Europa, Asia y América con obras de Picasso: la Colección Eugenio Arias.

Ramón Farrán

Director de la Orquesta Nacional de Jazz de España

«Al terminar una de mis actuaciones en el espectacular teatro medieval al aire libre de Buitrago del Lozoya un día de verano, Pedro Arias vino a saludarme para decirme que era un seguidor de nuestros conciertos y que quería hablar conmigo. Me lo presentó el alcalde, Ángel Martínez, quien me había hablado mucho y muy bien de Pedro. Recuerdo que entró en mi camerino y, antes de decirme nada, me dio un abrazo. Hablamos un buen rato y me dijo que quería hacerme un encargo musical, que acepté con mucho gusto, pero explicándole que, por otros compromisos de trabajo, no podía comprometerme en firme en aquel momento. Pedro nos acompañó durante la cena que nos ofreció el alcalde en un estupendo restaurante con un cocinero excelente, y durante toda la noche me estuvo hablando de su padre, Eugenio, contándome historias y anécdotas increíbles e insistiendo en que yo tenía que componer una obra musical sobre la amistad entre Eugenio Arias y Pablo Picasso.

Yo seguía sin poder cerrar mi compromiso y, después de varias reuniones en Madrid y llamadas desde París, Pedro me llamó por teléfono una vez más, diciéndome que al día siguiente vendría a Madrid en un viaje relámpago para recoger unos documentos y que necesitaba verme con urgencia. Tuve que citarle en el hospital donde estaba pasando sus últimos días Lola, la madre de Piti, mi mujer.

Estuvimos hablando media hora como mucho en la cafetería del hospital, y me hizo comprometerme en firme. Estaba todo decidido: iba a escribir una ópera sobre la historia de su padre, Eugenio Arias, quien durante treinta años fue barbero y amigo de Pablo Picasso. Fue entonces cuando entendí por qué me había dado tanta información previamente, incluyendo copias de dibujos desconocidos de Picasso, durante nuestros varios encuentros, transmitiéndome el enorme respeto y admiración que sentían Eugenio y Pablo el uno por el otro. Nos despedimos con un abrazo y me dijo que me mandaría dinero enseguida para que pudiera empezar el encargo. Tres semanas después, recibí un correo de Madeleine, mujer de Pedro y viuda de Eugenio Arias, diciéndome que Pedro había fallecido. Fue un golpe emocional muy duro para mí… comprendí que Pedro había venido para despedirse de mí y para hacerme prometer que haría su sueño realidad; por eso me contaba esas historias con tanto interés y emoción. Pasé unos días muy bajo de moral, había perdido un amigo de verdad… pero unos días después me di cuenta de que tenía un objetivo que me ayudaría a reponerme, y decidí dedicar un año de mi vida – o más, si fuera necesario –  para corresponder a la amistad de mi amigo Pedro y hacer lo prometido: componer una ópera con las historias que me había contado. Me dispuse a hacer una investigación exhaustiva de la época y, recordando una cita de Picasso, teniendo siempre  presente aquello de “si la inspiración te viene a visitar, que te encuentre trabajando”.

Pasé seis meses trabajando, encerrado en mi estudio de Madrid componiendo y escribiendo durante una media de catorce horas diarias, con seis horas para dormir y el resto para comer y descansar. Los domingos descansaba todo el día. Una vez terminada la obra, estuve dos meses repasándola y corrigiendo errores. Hasta pospuse conocer a mi nieto recién nacido en Inglaterra unas semanas para acabar la obra, tan inmerso en el proceso estaba.

Un día, durante mi encierro voluntario, conocí a un escritor y decidí encargarle la realización del libreto de la ópera. Es una historia tan humana, tan rica, a veces divertida y siempre interesante… tenía que encontrar al escritor idóneo para escribir el mejor texto posible, y no quería retrasar la composición de la obra. Afortunadamente, la “causalidad” hizo que encontrara un excelente libretista, Santiago Miralles, a quien ahora considero un buen amigo, para encajar de manera perfecta las ideas, imágenes, anécdotas y palabras con la música.

Ésta es una historia sobre la amistad: la amistad entre Eugenio y Pablo; la amistad entre Pedro y yo; y amistades nuevas que están naciendo durante este proceso. Cumplida mi promesa, mi conciencia está en paz, y la familia de Pedro estará a mi lado el día del estreno de El Amigo de Picasso. Gracias a Pedro, he compuesto mi “ópera prima”.

Descansa en paz, amigo Pedro.

Madrid, Septiembre de 2017

El término municipal de Buitrago de Lozoya es atravesado por la A-1. Su casco urbano se asienta sobre un promontorio que forma una curva en herradura sobre el río Lozoya, entre los embalses de Riosequillo y Puentes Viejas.

Situado en mitad del Valle del Lozoya, al pie de las estribaciones meridionales de la Sierra de Guadarrama, su altitud es bastante homogénea, oscilando entre los 860 y los 1200 metros. No se encuentran elevaciones destacadas y el territorio está formado sobre todo por zonas de monte alto que son un resto degradado del bosque mediterráneo de roble y haya, todavía presente en el siglo XIX. En el sector más oriental pueden encontrarse pinares de repoblación. Además del río Lozoya, embalsado casi en todo su recorrido por el término, surcan el terreno los arroyos de la Tejera y Riosequillo, por el sur, y el de la Árcava y Cigüeñuela, por el norte.

La carretera N-I divide el término en dos mitades. Esta situación de paso obligado en el camino hacia el Puerto de Somosierra ha condicionado toda su historia.

Buitrago está dotado de una densa red de vías pecuarias que delata la importancia histórica de estos parajes en el sistema de transhumancia que desde la Baja Edad Media rigió en gran medida la economía agraria de la Meseta Central de España. El eje de la misma lo constituyen las cañadas reales de Velayos y San Lázaro, que atraviesan el término de norte a sur.

Las referencias históricas más antiguas respecto a Buitrago datan del siglo I a. C. (sería la Litabrum conquistada por Cayo Flaminio, según Tito Livio), pero no hay ningún vestigio material que lo avale, ya que no se han hecho prospecciones arqueológicas. Tampoco hay vestigios medievales anteriores a la Reconquista y por lo tanto de la presencia musulmana anterior al siglo XI.

Buitrago aparece de lleno en la historia de la Reconquista en tiempos de Alfonso VI, hacia el 1083 o 1085. Su valor estratégico es la razón de su pronta repoblación por medio de un privilegio otorgado por el mismo rey que facultaba a la Villa para repoblar los núcleos existentes en su jurisdicción y crear otros nuevos. El amplio territorio delimitado por el monarca es el origen de lo que se conoce como Tierra de Buitrago, una comarca que formaba una sola unidad jurisdiccional y cuya cabeza era la Villa de Buitrago.

Durante cinco siglos, esta unidad jurisdiccional tuvo una doble naturaleza. Desde 1368 fue un señorío otorgado por Enrique II a Don Pedro González de Mendoza, familia a la que sigue vinculado hasta la desaparición del Régimen Señorial en el siglo XIX. La familia Mendoza recibió en el siglo XVI el título de Duque del Infantado. Buitrago y los pueblos de su Tierra formaban una Comunidad de Villa y Tierra, institución que los agrupaba tanto para satisfacer sus obligaciones de vasallaje como para defender sus intereses frente a terceros. Suponía el gobierno mediante ordenanzas generales que regulaban la mayor parte de la vida económica y social de la Comarca, así como el asentamiento de nuevos vecinos.

La morfología urbana de Buitrago guarda estrecha relación con su circunstancia histórica. El núcleo más antiguo es «La Villa», es decir, la parte más alta en el recinto amurallado (las murallas podrían remontarse a la época árabe). La rápida saturación de este recinto dio lugar a la aparición de dos arrabales, uno al sur, llamado San Juan y otro al norte, al otro lado del río Lozoya, conocido como Andarrío.

Esta estructura urbana que Buitrago mantiene hasta hoy estuvo plenamente consolidada en la Baja Edad Media. Las parroquias actuaron como hitos de referencia y elementos generadores de la trama urbana. En la Villa, la Iglesia de Santa María del Castillo, única que se mantiene de las cuatro que todavía existían en el pueblo en el siglo XVI, era el elemento central. Intramuros también había que destacar la parroquia de San Miguel y el Hospital de San Salvador, fundado por el Marqués de Santillana en el siglo XV. En el barrio de San Juan, la iglesia del mismo nombre se levantaba en la actual plaza de Picasso, dando origen a la actual calle Real. En Andarrío, la Parroquia de San Antolín estaba levantada junto a la antigua carretera.

Los siglos XV y XVI, época en la que el poder de los Mendoza se asentó definitivamente, constituyeron los de mayor esplendor de Buitrago, en todo lo referido a construcción de edificios y desarrollo urbano. Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, fundó la Iglesia de Santa María del Castillo y el Hospital de San Salvador (desaparecido), compró una dehesa llamada El Bosque como finca de caza mayor y construyó en ella un conjunto residencial conocido como Las Casas del Bosque, compuesto de un palacio de recreo y una capilla.

Desde el siglo XVI se puede dar por completado el proceso de poblamiento de la zona y las Ordenanzas Generales cambiaron de orientación, tratando de protegerse del establecimiento de nuevos vecinos, con regulaciones restrictivas. El factor estratégico perdió importancia y empezó a ser dominante el económico. Una de las mayores preocupaciones de los vecinos en esta época fue la salvaguarda de bosques y montes.

Después del siglo XVI se registraron pocos cambios significativos desde el punto de vista urbano y arquitectónico. Durante los siglo XVII y XVIII no se levantaron edificios singulares ni se modificó la trama urbana, en dos centurias caracterizadas por el estancamiento demográfico a la baja. En 1787 Buitrago contaba con 155 vecinos, unos 620 habitantes, lo que supone un grado importante de despoblación.

Con la llegada del siglo XIX, la vieja importancia defensiva de Buitrago volvió a primer plano con la invasión napoleónica. El Ejército francés rompió el cerco de resistencia puesto en el Puerto de Somosierra el 30 de noviembre de 1808 y ocupó a continuación los pueblos de la comarca, Buitrago entre ellos. Parece que todo el recinto amurallado fue pasto de las llamas por lo que parte de la población se desplazó hacia el arrabal de San Juan, que tomó ciertas características de ensanche decimonónico, renovándose su edificación.

Décadas después se modificó la estructura jurídica y económica de la zona con la desaparición del Señorío de Buitrago, de la Mesta, las Desamortizaciones eclesiástica y civil y la nueva división provincial de España.

La primera mitad del siglo XX se caracterizó por el progresivo deterioro de sus edificios singulares que culminó con la destrucción del Hospital de San Salvador durante la Guerra Civil y de los últimos restos de la Iglesia de San Juan. También fue dañada la Iglesia de Santa María del Castillo. A pesar de todo ello, la ciudad no fue acogida al Programa de Regiones Devastadas.

En la segunda mitad del siglo XX, las obras de mayor envergadura fueron la construcción de los embalses que inundan su término, Puentes Viejas y Riosequillo, así como la Estación de Seguimiento de Satélites.